domingo, 28 de noviembre de 2010

DESARROLLO SUSTENTABLE: VISION HOLÍSTICA DE LA REALIDAD

hemos querido que este primer número de la Revista Futuros aborde el tema de las conexiones del desarrollo sustentable con las múltiples dimensiones de la realidad. Es esta capacidad integral de lectura y propuesta lo que distingue en esencia a los pensadores del desarrollo sustentable de cualquier otra escuela anterior de pensamiento "desarrollista". Aquellas se distinguieron precisamente por privilegiar visiones tecnocráticas, economicistas y tecnológicas de la realidad y el desarrollo. Ellas, como todo en la vida, jugaron su papel en un momento y contexto dados, pero hoy resultan insuficientes para entender la realidad y actuar sobre (y como parte) de ella.


Arribamos al siglo XXI con grandes desafíos. Por sólo mencionar dos claves del reto que enfrentamos, digamos que:


El planeta que habitamos parece haber alcanzado el límite de su capacidad para ofrecernos recursos naturales y asimilar nuestros desechos y contaminación ambiental.
El acelerado conocimiento tecnológico a nuestro alcance no ha sido acompañado de una nueva sabiduría sobre el modo de organizar la convivencia pacífica en sociedades que resulten ecológicamente responsables y socialmente inclusivas a la vez que democráticas, participativas y libres.

Nuestra especie adquiere cada vez mas información y conocimientos sin que hayamos encontrado una nueva sabiduría que nos permitan ponerlos al servicio de la convivencia con nuestro hábitat natural y social. Mientras la ingeniería genética se desarrolla aceleradamente, la Bioética es todavía un saber en pañales.


Este desequilibrio ha coincidido con la emersión de una nueva civilización tecnológica – la de la información digitalizada- que, al igual que su predecesora la sociedad industrial, tiene un impacto sobre todas las esferas de la realidad, de manera directa o indirecta. Incluso allí donde el servicio de teléfono aun no alcanza a cada familia, el pequeño mundo cotidiano en que ellas desenvuelven su existencia se ve impactado por fuerzas y poderes que escapan a su control. La globalización, entendida como la transformación que va teniendo lugar en la realidad natural y social como resultado del fortalecimiento y expansión de la nueva civilización tecnológica, es una realidad inescapable. Pero al igual que ocurrió con la civilización industrial hay más de un modo de organizar la realidad globalizada. Hay más de un futuro posible.


La globalización que hoy conocemos no es sino el modo peculiar en que han quedado estructuradas las relaciones de nuestra especie con el hábitat natural y social en el contexto histórico concreto de fin de siglo y milenio. El siglo XX fue testigo de dos formas de organización social de la civilización industrial: la capitalista y la del socialismo de Estado. La primera, eufórica por su triunfo en la Guerra Fría y su inagotable capacidad para revolucionar tecnológicamente la realidad, se ha venido enquistando intelectualmente en un proyecto neoliberal de globalización –lo que equivale a decir un proyecto especifico de futuro- que, hasta el presente, sólo ha venido a exacerbar la incapacidad de convivencia pacifica de nuestra especie con su hábitat natural y social.


Enfrentar ese proyecto neoliberal desde otras escuelas de pensamiento de los siglos XIX y XX, o suponer nuevamente a la violencia como partera de libertades y justicia, sería no solo ineficaz, sino inadmisible después de la experiencia histórica acumulada. Las criaturas que la violencia trajo a este mundo nacieron, demasiado a menudo, deformadas por sus "fórceps". La revolución pacífica que ahora necesitamos no será posible hasta que no revolucionemos primero nuestro pensamiento. Nuestras principales doctrinas sociales y económicas se construyeron en un mundo que ha sido ya profundamente transformado, aunque la persistencia de viejas y nuevas inequidades y abusos nos cieguen ante esa realidad. De lo que se trata es de forjar nuevas herramientas conceptuales para construir un nuevo mundo. De lo contrario estaremos condenados a repetir viejos errores. Necesitamos un nuevo proyecto de progreso que sea realmente progresista según entendemos hoy esa palabra.


América Latina alcanzó su la independencia cuando ya se expandía en el mundo la civilización industrial. En el siglo XIX nuestros próceres no hablaban de alcanzar el "desarrollo", sino de incorporarse a la civilización. Suponían que la independencia nacional les daría esa oportunidad. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XX se hacia evidente que crecía cada vez más la distancia científica, tecnológica, económica y social entre los países que habían accedido mas tardíamente a la independencia y aquellos de Norteamérica y Europa donde se había venido desarrollando la nueva civilización industrial. La intelectualidad latinoamericana se dio a la tarea de construir un nuevo cuerpo doctrinal que explicase el fenómeno a las clases políticas de la region y les ofreciera, al mismo tiempo, recomendaciones de las posibles políticas a seguir para corregir esta "patología económica".


Así surgió la escuela de pensamiento desarrollista que vino luego a instalarse institucionalmente en la CEPAL. Pero dos décadas mas tarde las políticas promovidas chocaban con las tercas cifras que marcaban una distancia cada vez mayor entre lo que comenzó a llamarse Tercer Mundo (del que América Latina era parte) y el Primero. Nuevas y cada vez más radicales escuelas de pensamiento desarrollista emergieron en el contexto de los convulsos años sesenta. Estas ya no enfatizaban los factores internos como elementos principales del desfase internacional en el desarrollo, sino acusaban de manera creciente a los factores exógenos (intercambio desigual, robo de cerebros y otros similares) por su persistencia. Propuestas como la de sustituir importaciones fueron a menudo remplazadas por la de hacer revoluciones socialistas y buscar el apoyo del Bloque del Este para las tareas de desarrollo.


La caída del Muro de Berlín, la desaparición de la URSS, la nueva civilización tecnológica iniciada por los países capitalistas más desarrollados y la desmesurada concentración de poder global en Washington dejó a la intelectualidad regional ante una crisis de paradigmas. Para muchos intelectuales, así como para las clases políticas latinoamericanas, el asunto era –como una vez lo fue para nuestros próceres independentistas- sumarse al carro de la civilización, que ahora identificaban con el proyecto de globalización neoliberal del orden mundial. Sin pensamiento propio –acertado o errado- trascurrió la ultima década del siglo XX del que heredamos un hábitat natural empobrecido y amenazado, una impagable deuda externa, una deuda social de dimensiones inusitadas y una lógica económica socialmente excluyente. Para dar respuesta a esos desafíos los actuales regímenes democráticos, de muy limitada capacidad participativa, resultan insuficientes.


Los niños que mueren de hambre en las calles de sociedades latinoamericanas en países bendecidos con ricos y variados recursos naturales son un escándalo moral. Pero, todavía, para muchos constituyen una parte supuestamente inescapable de la realidad. Al igual que las clases dominantes (y buena parte de las dominadas) no podían imaginar un mundo sin esclavitud hace apenas trescientos años, hoy son todavía demasiados los que no creen que "otro mundo es posible". Del mismo modo que llegado un momento dado la civilización industrial hizo "innecesaria" la explotación de la mano de obra esclava, la civilización digital ha aportado ya tecnologías que aseguran súper ganancias al sector privado sin tener que hacerlas a expensas de la degradación del hábitat y la exclusión social de una parte de la humanidad. La moralidad de las sociedades esclavistas – que hasta entonces sancionaba como "inmoral" a cualquiera que intentase ayudar a escapar a los esclavos de sus amos- se abrió a "otro mundo posible" con los cambios tecnológicos operados por el industrialismo en ascenso. La inmoralidad de un mundo en el que miles de millones viven y mueren en la extrema miseria y los sistemas ecológicos se erosionan de manera crítica se hace hoy cada vez más evidente para las propias clases dominantes. En las nuevas condiciones tecnológicas ya no les resultan "necesarias" las formas de organización socio-económicas que generan la depauperación natural y social. Hoy se hace cada vez más visible la inmoralidad de sistemas que generan pobreza y exclusión masivas y discriminan por razones de genero, raza, etnia o preferencias sexuales. La racionalidad de destruir a la naturaleza en el proceso de "someterla" a los intereses del "progreso" tampoco es ya aceptada como "progresista". Nuevos movimientos sociales van redefiniendo el significado del "progresismo", cuestionan la desfasada moralidad imperante desde reglas éticas más permanentes e, incluso, redefinen a estas últimas desde una emergente bioética.


Corresponde a los/ las latinoamericanos y caribeños volver a reflexionar, con autonomía de pensamiento, sobre nuestros futuros posibles y optar por impulsar aquel que más convenga desde una perspectiva humana y ecológica además de económica. En el proceso cotidiano de producción de la realidad se juntan recursos financieros, humanos y naturales. Privilegiar cualquier desequilibrio a favor de una sóla de esas esferas y en detrimento de las restantes, no puede considerarse un proyecto de futuro anclado en un desarrollo sustentable ni progresista.


Necesitamos, para alcanzar otros futuros posibles, un nuevo paradigma de desarrollo que abra la puerta a nuevos modelos de integración de esas tres esferas. Lo racional ya no puede medirse exclusivamente en términos financieros, sino por el modo en que esos tres elementos resuelvan su convivencia en el proceso de reproducción de la realidad. Ni la eficiencia económica puede ya considerarse racional cuando se logra a expensas de imponer costos innecesarios e intolerables a la personas y la naturaleza, ni la justicia social puede ser considerada racional cuando pretende alcanzarse a través de sistemas políticos que niegan las libertades y derechos humanos individuales. Ambas perspectivas son hoy reaccionarias - insustentables a mediano y largo plazo- y constituyen lecturas insuficientes, lineales y simplistas de la realidad. Una doctrina de desarrollo sustentable esta llamada a integrar, en la esfera de subjetividad conceptual, los datos de la realidad en su totalidad. No puede ser, exclusivamente, una teoría económica Cualquier modelo de sustentabilidad futuro estará obligado a integrar elementos políticos, económicos, sociales y culturales; a fusionar en un solo cuerpo teórico los artificialmente segregados campos del desarrollo, la democracia y los derechos humanos.


Lo dicho más arriba no debe ser entendido como una exhortación a la construcción de nuevos mega relatos sobre el desarrollo concebidos desde alguna institución intelectual. El desarrollo sustentable solo es posible cuando las personas, devenidas en ciudadanos con capacidad autoreflexiva y gozando de autonomía para su organización y actuación, se convierten en sujetos de desarrollo. Son ellas a las que hay que interrogar en primera instancia para comprender sus estrategias económicas y sociales de supervivencia y sus criterios para la organización alternativa de la realidad. Ni un Estado que resulte tan paternalista como autoritario, ni un mercado tan económicamente dinámico como socialmente excluyente, ni una intelectualidad tan iluminada como arrogante, estarían capacitadas para promover –mucho menos para conducir- este nuevo viraje histórico de percepciones y transformaciones de la realidad. La nueva cultura del desarrollo habrá que construirla esta vez desde abajo; interconectando los múltiples sujetos, sus percepciones, experiencias existenciales y propuestas

Revista Trimestral Latinoamericana y Caribeña del Desarrollo Sustentable. Nro 1, Vol 1, año 2003. Por Revista Futuros. Parte 1/1: